Regresiones
Hoy me sucedió de nuevo. Hacía desde la secundaria que no me pasaba, y eso es mucho tiempo. Me disponía a comenzar la mañana como cualquier otra. Sonó el despertador (bah, el celular), y trabajosamente pude abrir los ojos. Como siempre, con el tiempo justo, traté de empezar con la rutina de todos los días. Intenté ignorar el calorcito que guardaba mi cama, y el frío del exterior. Como quien dice, hice de tripas corazón, y arranqué. Me vestí, con horrenda dificultad al ponerme los zapatos. Me lavé los dientes, no desayuné (porque lo hago -más despierto- cuando llego al laburo), y salí de la casa. Le hice un mimo al perro, le puse agua y comida, y me subí al auto. Entonces, todo se desvaneció. No, no me desmayé: me desperté.
De todo lo que describí antes, lo único real había sido el sonido del celular, el calor de la cama, y el frío del exterior. Todo lo demás fué un puto sueño. Mil veces me pasó durante la adolescencia, y era algo que creía superado.
Tuve que volver a hacer todo de nuevo, pero con veinte minutos de retraso.
De todo lo que describí antes, lo único real había sido el sonido del celular, el calor de la cama, y el frío del exterior. Todo lo demás fué un puto sueño. Mil veces me pasó durante la adolescencia, y era algo que creía superado.
Tuve que volver a hacer todo de nuevo, pero con veinte minutos de retraso.